Por: Quique Antún

En la vida pública abundan quienes buscan ocupar espacios de poder. Sin embargo, no todo el que se dedica a la política merece llamarse político. La diferencia entre un verdadero político y un sinvergüenza está en la ética, el compromiso con la comunidad y la visión de futuro.

El político auténtico es aquel que concibe su rol como un servicio. Entiende que la política no es un negocio personal, sino un espacio donde se toman decisiones que afectan el bienestar colectivo. Escucha a la ciudadanía, reconoce las necesidades de los más vulnerables y actúa con sentido de responsabilidad. Su prioridad no es enriquecerse ni hacerse notar, sino dejar huellas positivas en la sociedad. La política, en sus manos, se convierte en un puente entre el presente y un futuro mejor.

En cambio, el sinvergüenza en política se disfraza de líder, pero su verdadera motivación es el provecho propio. No le interesa la comunidad, sino el poder como medio de beneficio personal. Se aferra al cargo, aunque carezca de méritos o preparación, y convierte la política en un teatro de vanidades. Su habilidad principal no es el diálogo ni la visión, sino la manipulación y la demagogia.

Mientras el político busca resolver problemas, el sinvergüenza los aprovecha. Donde el político fomenta la confianza, el sinvergüenza siembra desconfianza y cinismo. Esa diferencia explica por qué en muchos países la palabra “política” se ha contaminado: porque demasiados sinvergüenzas se han hecho pasar por políticos.

Un verdadero político sabe que su tiempo en el poder es transitorio y que será recordado por sus obras. El sinvergüenza, en cambio, cree que la historia se olvida fácilmente y que todo se justifica si logra mantenerse en la cima.

La distinción, en esencia, es moral. El político honra la dignidad de su pueblo, mientras que el sinvergüenza la degrada. Y aunque ambos pueden ocupar los mismos espacios, solo uno deja un legado positivo.

Por eso, la ciudadanía tiene también una responsabilidad: aprender a reconocer la diferencia, no dejarse engañar por discursos vacíos y exigir integridad a quienes dicen representarla. La política necesita políticos; la sociedad debe rechazar a los sinvergüenzas