Por Sergio Acevedo.

Los altos precios de venta del pollo constituyen un crimen contra la economía popular que requiere con urgencia la intervención del gobierno para controlar esa situación, la que tiene un sello eminentemente especulativo. No existe una razón económica que justifique que la libra de pollo, el alimento proteínico demandado por los pobres del país, se venda a los precios exorbitantes que tienen en la actualidad, ya que la mayoría de los insumos que integran el costo de producción del ave se encuentran en declive en los mercados internacionales.

Por Sergio Acevedo.

Los altos precios de venta del pollo constituyen un crimen contra la economía popular que requiere con urgencia la intervención del gobierno para controlar esa situación, la que tiene un sello eminentemente especulativo. No existe una razón económica que justifique que la libra de pollo, el alimento proteínico demandado por los pobres del país, se venda a los precios exorbitantes que tienen en la actualidad, ya que la mayoría de los insumos que integran el costo de producción del ave se encuentran en declive en los mercados internacionales.

En efecto, la prolongada caída en los precios de las materias primas en los mercados internacionales, ha provocado una tendencia hacia la baja de los alimentos en todas las economías del mundo y, fruto de esa situación, los consumidores se han estado beneficiando enormemente en virtud de que esas bajas se han reflejado en los precios del producto final, lo que le ha permito en la mayoría de los casos, realizar un mayor volumen de compras con una menor cantidad de dinero.

Son muchos los factores que se han conjugado  para producir el fenómeno de la reducción de precios en materia prima como el maíz, la soja, el trigo, y otras. El aumento de la oferta como consecuencia de la cosecha record que han tenido los productores de esos granos, el declive en los precios del petróleo a nivel internacional, así como la desaceleración de la economía China, han creado una sobre oferta de bienes alimenticios y de materia prima que ha beneficiado a todos los consumidores a nivel mundial, menos a los dominicanos.

Las razones hay que buscarla en las distorsiones estructurales que presenta nuestra economía. Lo principal es la cadena de distribución la cual está caracterizada por la presencia de una multiplicidad de intermediarios que contribuyen a encarecer los productos antes de llegar al consumidor final. Asimismo, los efectos que ocasiona el control que ejercen los productores en la fijación de los precios y las maniobras que realizan para que estos se mantengan altos.

La noticia de que los productores de pollos mataron cerca de 4 millones de pollitas para evitar la bajada de los precios del alimento, es un crimen que mereció algún tipo de sanción, sino en el ámbito penal, por lo menos en el moral. El gobierno se quedó callado, no hizo nada y vio esa falta como algo normal, a lo sumo hubo un  funcionario de alto rango que mandó a la población a comer otros alimentos que no forman parte de la dieta del dominicano, pero que tampoco es asequible para la mayoría de los ciudadanos.

Esa situación criminal no se hubiera producido en un gobierno reformista, cuando los precios de los alimentos básicos, como es el caso del pollo, subían a niveles desorbitantes como consecuencia de la especulación, Balaguer ordenaba la importación del bien y suplía el mercado con productos muchas veces mejor elaborados y a menores precios. Entonces, como producto de magia, los bienes salían al mercado y se acababa el problema.

El gobierno no debe actuar con indiferencia ante ese drama, puesto que faltando apenas tres meses para las festividades navideñas, época en que se dispara el consumo, la libra de pollo que en la actualidad se vende hasta a 65 pesos, va a llegar al monto de los 100 pesos y eso es, verdaderamente, inamisible.

Si en nuestro país se respetara la ley fundamental de la economía, de la oferta y la demanda, el precio de la libra de pollo estaría por debajo de los 40 pesos, sin embargo, la especulación los mantiene por la nube, afectando a los consumidores que son, en este caso, los más débiles y vulnerables.