En respuesta a «BALAGUER, EL CAMPEON DE LA DEUDA EXTERNA» escrito por Esteban Rosario

En respuesta a «BALAGUER, EL CAMPEON DE LA DEUDA EXTERNA» escrito por Esteban Rosario

Juan Luis Selimán

Lic. Fausto Rosario

Señor Director del periódico ACENTO

Su Despacho

Distinguido Señor Director y amigo:

Al tiempo de saludarle afectuosamente, me permito enviar estas líneas con la finalidad de hacer algunas precisiones relacionadas con el artículo publicado por el señor Esteban Rosario en el medio que usted dignamente dirige.

Dicho artículo titulado BALAGUER, EL CAMPEON DE LA DEUDA EXTERNA, me llama poderosamente la atención, ya que el mismo pretende sin logarlo presentar al Presidente Joaquín Balaguer como un Jefe de Estado que se hubo de apoyar “alegremente” en el endeudamiento externo para financiar sus primeros años de Gobierno, a partir del 1ro de Julio del año 1966.

El autor, llega al extremo de calificar como “mito” el hecho comprobado de que el Presidente Balaguer construyo obras sin tomar prestamos, una constante que aquellos quienes tuvimos la oportunidad de acompañarle en las labores de Gobierno conocimos muy de cerca, ya que el Estadista era extremadamente celoso con la toma de empréstitos, sustentando en más de una oportunidad su tesis de que nadie tenía “derecho de endeudar a las futuras generaciones de dominicanos”.

Creo firmemente que el escrito del señor Esteban Rosario es un ejercicio mal disimulado de desinformación, además de sesgado, orientado a desdibujar la historia y a tratar de dejar mal parado a aquel prohombre, quien se echara en hombros los destinos de la República, precisamente para darle carácter de viabilidad a la estructura productiva de la Nación, organizar las instituciones del Estado, en síntesis a dar forma corpórea a la democracia que existe en el país, una democracia que prácticamente hubo de ser parida con grandes esfuerzos, muy distantes de las simples y vacuas expresiones retoricas de tantos equivocados que la historia se ha encargado de poner en su lugar.

El escrito del señor Rosario no es un análisis de los métodos y mecanismos utilizados por el Gobierno de la República de entonces, y se limita a traer por los cabellos una relación de empréstitos a intereses sumamente blandos y con facilidades de repago que fueron brindadas por los Organismos multilaterales y el Gobierno de los Estados unidos de América a través de la AID, para poner a caminar la desecha si no inexistente maquinaria del Estado Dominicano bajo aquella mano diestra de Balaguer.

Es que el hombre generaba e inspiraba confianza a dichos Organismos y a aquel País, confianza que no fue nunca deshonrada, ya que los dineros facilitados fueron empleados para sacar la República de la ruina moral y económica en que la conflagración armada de 1965 hubo de sumir a la sociedad de entonces.

Los empréstitos tomados por Joaquín Balaguer, no fueron nunca destinados al cuestionable financiamiento de gastos corrientes, ni fueron desgarrados por el terrible pecado de la corrupción administrativa. El Presidente era austero y trabajador, y el ejemplo entonces entro por casa.

Se organizaron las empresas de CORDE, otrora patrimonio del Dictador Rafael Leónidas Trujillo, se dio inicio a un ambicioso programa de construcción de viviendas al través del BNV, se creó el fondo FIDE, se echó a andar el programa PIDAGRO, se construyeron presas hidroeléctricas, se reconstruyo y se estructuro el sistema de las Aduanas y puertos, se capitalizo el Banco de Reservas, se inició la Reforma agraria, se brindó financiamiento y apoyo al sector privado, se llevó la mano amiga del Estado a los más desposeídos a través de la ODC que hubo de ser capitalizada, se inició el sistema de canales de riego, se diseñó el trazado urbano de la Capital de la Republica, se construyeron escuelas públicas, hospitales e instalaciones deportivas, se construyeron aeropuertos internacionales, se creó y fortaleció el INESPRE que funcionaba como organismo de control de precios, se establecieron las bases conceptuales para el cuidado del medioambiente bajo la Doctrina Balaguer de preservación de la casa común, se dieron los primeros pasos para el desarrollo del sector turístico, se fortaleció la infraestructura de los ingenios azucareros del CEA, etc, etc.

Como resultado de aquella política desarrollista, de estímulo a la inversión pública y privada, la Republica Dominicana inicio el camino del crecimiento económico y se encamino hacia la ruta del desarrollo, con mano firme, con objetivos claros, bajo un régimen responsable de firmes decisiones y de austeridad a rajatabla como ejemplo de conducta gubernamental. Era un Gobierno con los pantalones largos y bien ajustados.

Le sugiero al autor de tan desafortunado artículo que profundice, que investigue antes de despacharse con un montón de afirmaciones interesadas que no resultaron felices en su malhadado intento de tratar de calificar al Presidente Joaquín Balaguer como un gobernante irresponsable en el delicado asunto del endeudamiento externo.

Quienes de vez en cuando nos vemos impulsados por la insistente musa que nos obliga a escribir lo que pensamos, tenemos la obligación de ser objetivos, ya que quienes peinamos canas tenemos la responsabilidad frente a la muchachada de ser veraces, aunque nos disguste alguna verdad irrefutable.

Servicios o minería: el rumbo del desarrollo dominicano

Servicios o minería: el rumbo del desarrollo dominicano

Por: Federico Antún Batlle

La República Dominicana enfrenta una disyuntiva crucial en su modelo económico: continuar apoyando su crecimiento en sectores de servicios como el turismo, las zonas francas y las remesas, o integrar de forma más decidida el desarrollo minero dentro de una planificación estratégica a largo plazo.

Este debate no es solo técnico, sino esencial para definir qué tipo de país queremos construir en los próximos 15 a 20 años.

Durante las últimas décadas, el dinamismo de la economía dominicana ha descansado en actividades de servicios que generan divisas y empleo, pero con escasa capacidad de arrastre sobre el resto del aparato productivo.

El turismo aporta cerca del 16 % del PIB, las zonas francas sostienen miles de empleos industriales orientados a la exportación, y las remesas mantienen el consumo interno y reducen la pobreza.

Sin embargo, estos pilares presentan vulnerabilidades: dependen de factores externos como el flujo de visitantes internacionales, la estabilidad de los mercados globales y la situación económica de los dominicanos en el exterior. Son motores que responden más al entorno global que a la capacidad productiva interna.

El modelo basado en servicios, aunque exitoso en el corto plazo, tiende a reproducir una estructura económica poco diversificada. El valor agregado local es limitado, la productividad se estanca y la desigualdad territorial se profundiza. Las regiones turísticas y francas prosperan, mientras amplias zonas rurales permanecen rezagadas.

Además, la economía se vuelve más sensible a los ciclos globales y a los choques externos —una pandemia, una recesión o una crisis energética— que pueden afectar gravemente los ingresos nacionales y el empleo.

Por otro lado, el desarrollo minero ofrece una oportunidad diferente, aunque no exenta de riesgos. La explotación responsable de los recursos minerales —oro, níquel, cobre y otros— puede generar ingresos fiscales significativos, fortalecer la balanza de pagos y financiar inversiones en infraestructura, educación y tecnología.

Pero para que la minería se convierta en motor de desarrollo sostenible, requiere una gestión estatal eficiente, regulaciones ambientales estrictas y una visión que privilegie la transformación local de los recursos.

No se trata de extraer más, sino de agregar más valor dentro del territorio nacional.

La clave no es elegir entre servicios o minería, sino articular ambos sectores dentro de una planificación nacional coherente. Un plan de desarrollo económico a 15 o 20 años debe vincular la renta minera con la diversificación productiva, invertir en innovación y formación técnica, y aprovechar los ingresos temporales de la minería para fortalecer sectores permanentes, como la agricultura moderna, la industria local y las energías renovables.

La República Dominicana necesita superar la dependencia de flujos externos —turistas, remesas, capital extranjero— y construir una economía basada en la producción interna, el conocimiento y la equidad territorial.

El desarrollo sostenible no puede ser fruto del azar ni de la coyuntura, sino de una estrategia clara, consensuada y de largo plazo. Solo así el crecimiento dejará de ser vulnerable y podrá convertirse en verdadero progreso nacional.

La Laguna de Cabral se seca

La Laguna de Cabral se seca

Ing. Federico Antún Batlle

La naturaleza en peligro por la ambición humana

La Laguna Cabral, una de las reservas naturales más importantes de la República Dominicana, se está extinguiendo ante nuestros ojos. Su volumen de agua se ha reducido en más de un 70 %, dejando tras de sí un ecosistema moribundo y comunidades desesperadas.

Esta tragedia no es fruto exclusivo de la sequía: es consecuencia directa de la extracción desmedida de agua, la falta de control estatal y los efectos del cambio climático.

Durante décadas, la laguna ha sido el corazón ambiental y económico de la región Enriquillo.

Sin embargo, la extracción excesiva de agua del Canal Trujillo por parte del Consorcio Azucarero Central (CAC) ha roto el frágil equilibrio ecológico. Al apropiarse prácticamente de todo el caudal, la empresa limita el flujo mínimo necesario para mantener con vida el ecosistema. Esta práctica, más que una irregularidad, constituye una violación al derecho de las comunidades a disponer de un bien común esencial.

A esta presión humana se suman los impactos del cambio climático, que intensifica la sequía con temperaturas más altas y lluvias cada vez más escasas. La deforestación acelerada provoca erosión y sedimentación, mientras la contaminación con productos químicos agrava el colapso ecológico. A ello se añade una gestión estatal débil y permisiva, incapaz de frenar el deterioro.

Las consecuencias son devastadoras: pérdida masiva de biodiversidad, desaparición de especies acuáticas y migratorias, degradación de hábitats naturales y un golpe demoledor a más de 5 mil familias, principalmente pescadores, que dependen directamente de la laguna para sobrevivir. No solo se afecta la economía local, sino también la identidad cultural de comunidades que han convivido históricamente con este cuerpo de agua.

El Ministerio de Medio Ambiente ha emitido recomendaciones al CAC para garantizar un caudal ecológico, pero eso no basta. Una crisis de esta magnitud no se enfrenta con simples exhortaciones: se requiere autoridad, sanciones firmes y acciones inmediatas. El agua no puede ser tratada como una mercancía, sino como un patrimonio nacional que debemos proteger.

La defensa de la Laguna Cabral demanda una gestión integrada de los recursos hídricos, donde Estado, sector privado y sociedad civil trabajen de manera coordinada y transparente.

Urge invertir en reforestación, restauración ecológica, control de sedimentos y revisión de las concesiones de uso de agua.

Lo que ocurre en la Laguna Cabral no es un problema local: es el reflejo de la fragilidad ambiental de toda la República Dominicana. Si hoy permitimos que esta laguna desaparezca, mañana otros ecosistemas vitales podrían correr la misma suerte.

Un llamado urgente a la acción ciudadana

La recuperación de la Laguna Cabral no depende únicamente del Estado: requiere la participación activa de la ciudadanía. Organizaciones comunitarias, ambientales, académicas, empresariales y medios de comunicación deben unirse para exigir acciones inmediatas y sostenibles.

Es hora de levantar la voz en defensa del agua, de exigir transparencia en las concesiones, de impulsar la restauración ecológica y de convertir la protección ambiental en una causa nacional.

Salvar la Laguna Cabral es salvar una parte de nuestra identidad y de nuestro futuro común.

El país no puede permanecer indiferente ante este colapso silencioso. Si actuamos hoy, aún hay esperanza; si callamos, la historia nos juzgará por haber permitido que un patrimonio natural desapareciera sin resistencia.

(1) Informe final sobre la Laguna Cabral, Academia de Ciencias – Comisión Ambiental, Universidad Autónoma de Santo Domingo

País hipotecado: La advertencia necesaria

País hipotecado: La advertencia necesaria

Por Federico Antún Batlle

Santo Domingo, D.N. 15 de Septiembre, 2025.- Gobernar no es simplemente gastar, sino planificar con visión de Estado. He aprendido que la vía más fácil para gobernar es endeudando al país, mientras que lo verdaderamente difícil es administrar con ahorro interno, eficiencia en el gasto y prioridades claras.

El problema crucial no radica únicamente en el volumen de la deuda, sino en su destino: nos hemos endeudado en gran medida para financiar el gasto corriente, y no para financiar proyectos de inversión que generen riqueza sostenible. Este error transforma el crédito externo en un parche momentáneo que no logra resolver las causas estructurales de nuestra fragilidad económica.

La lección histórica y el espejismo actual

Durante los gobiernos de Joaquín Balaguer se demostró que es posible construir nación con recursos propios, ahorro interno y disciplina en el gasto. Las grandes obras—presas, carreteras, viviendas—se realizaron priorizando lo esencial para el país, evitando hipotecar la patria al capricho de cada coyuntura, sin depender de deudas desbordadas.

Hoy, en contraste, la República Dominicana vive bajo el espejismo de la deuda. Cada nuevo gobierno solicita préstamos con el argumento de «acelerar el desarrollo». Sin embargo, lo que realmente se acelera es la dependencia. La deuda se multiplica, pero la productividad nacional no crece a la misma velocidad. Aunque el gasto público se infla, la calidad de los servicios básicos como educación, salud, agua y electricidad sigue rezagada.

El costo de vivir de préstamos es alto: los frutos del esfuerzo del pueblo y el pago de sus impuestos se diluyen en la obligación de pagar intereses a acreedores internacionales. Además, se descuida la inversión en pilares productivos esenciales como la agricultura y la seguridad alimentaria, elementos sin los cuales el desarrollo no se puede sostener. Un país que vive del endeudamiento es comparable a un hogar que se mantiene a base de tarjetas de crédito; tarde o temprano, los intereses se vuelven impagables y la casa se derrumba.

La ruta hacia la soberanía económica

La deuda, cuando es razonable y bien dirigida, puede actuar como una palanca de desarrollo. Pero cuando se normaliza y se convierte en la principal fuente de financiamiento, representa una sentencia de hipoteca perpetua.

El camino hacia un futuro digno es el ahorro interno, una ruta más difícil que exige carácter y disciplina. Para lograrlo, es necesario:

  1. Reducir el gasto superfluo y clientelar
  2. Implementar una reforma fiscal justa que premie la producción y no castigue a quien menos tiene.
  3. Priorizar proyectos estratégicos no solo en educación, energía y agua, sino también en salud y producción alimentaria.

Lo que está en juego no es una simple cifra presupuestaria, sino la soberanía económica del país. Ninguna nación puede aspirar a un desarrollo real si vive hipotecada, dependiendo de préstamos para cubrir gastos corrientes y descansando su estabilidad en la generosidad de sus acreedores.

La disyuntiva nacional es clara: elegir entre el endeudamiento fácil (que alimenta el inmediatismo político y deja al país encadenado) o la ruta del ahorro interno y la inversión productiva (que requiere sacrificios, pero asegura un futuro digno). El futuro no se compra a crédito; se forja con disciplina, visión y coraje.

Volver al respeto a la ley

Volver al respeto a la ley

Por: Danilo Ginebra

[La verdadera libertad no desafía la ley: la ennoblece.]

“La civilización no se salva con discursos, sino con conducta.”  José Ortega y Gasset 

El país sin cauce

En estos tiempos en que la desconfianza se ha vuelto idioma común y la ley un papel que pocos leen y menos cumplen, urge volver al respeto que da forma a la libertad.

En la República Dominicana hemos confundido la libertad con la impunidad: el derecho a hacer sin el deber de responder.

La ley, ese acuerdo invisible que sostiene la convivencia, se ha vuelto ornamento de discursos: se cita cuando conviene y se ignora cuando estorba.

Y cuando la ley se convierte en adorno, el alma de la nación se enferma. De ahí brota la corrupción que corroe instituciones, conciencias y sueños.

La ley como raíz de la convivencia

“La cultura no se improvisa; es obra de generaciones que aspiran, trabajan y se disciplinan.”—Pedro Henríquez Ureña

La ley es disciplina interior que moldea el carácter de los pueblos. No es obstáculo: es cauce.

Donde no hay norma, reina el capricho; y donde reina el capricho, la libertad se deforma.

Cumplir la ley no es someterse, sino reconocerse parte de un orden moral que protege a todos.

El ciudadano que la cumple por conciencia —no por miedo— eleva el espíritu del país.

La ley, cuando se vive, educa. Nos enseña a convivir sin herirnos, a entender que mi derecho termina donde empieza la dignidad del otro. Respetar la norma es una forma de amar.

La ley auténtica no nace del miedo al castigo, sino del amor al orden justo: recordatorio de que no todo lo permitido es digno, ni todo lo legal es moral.

El país sin consecuencia

Vivimos en una república donde la infracción se ha vuelto costumbre.
Todo comienza con promesas de campaña que nadie cumple y termina con la corrupción que todos toleran.

Las leyes de tránsito son papel mojado; los motores cruzan en contravía, los semáforos son sugerencias y los guardianes del orden miran hacia otro lado.

Las bocinas rugen, las mentiras oficiales se multiplican y las propinas sustituyen la justicia.

Pero el desorden más grave nace del alma permisiva que ya no teme la sanción.
La corrupción no es un accidente: es la consecuencia directa de la ausencia de castigo.
Cuando el funcionario no teme la ley, deja de respetarla.

Los que juran servir y terminan sirviéndose; los congresistas que legislan para blindar privilegios; los empresarios que se enriquecen de las grietas del sistema: todos son el espejo de un país donde el éxito se mide por la trampa y el “tigueraje” se celebra como talento nacional.

De los que saquearon la nación nacen los que hoy caminan erguidos, olvidando el origen de su fortuna.

El delito envejeció con prestigio, y mientras no se le nombre por su nombre, seguiremos presos del cinismo. Cuando la corrupción se hereda, la vergüenza desaparece.

La lección de Singapur

Singapur comprendió una verdad elemental: no hay progreso sin orden moral.
Allí, la ley no es castigo, sino orgullo.

Nadie ensucia la calle ni desafía un semáforo porque hacerlo sería traicionar algo más grande que el miedo: la dignidad compartida.

No fue la riqueza lo que los transformó, sino la voluntad. La disciplina se volvió cultura, y la cultura, prosperidad.

Mientras en Singapur la vergüenza social es justicia, aquí la impunidad se disfraza de astucia.

Allí el orgullo nace del cumplimiento; aquí, de la trampa. Por eso el progreso no nos alcanza: aún no entendemos que la moral también produce riqueza.

Cómo recuperar el respeto

El respeto no se impone: se siembra en la conciencia, con régimen de consecuencias para todos.

Comienza en el hogar, se cultiva en la escuela y florece cuando el ejemplo viene desde el poder.

No hay ley que eduque si el ejemplo contradice su palabra. Un presidente que respeta la norma enseña más que mil discursos. La autoridad no se impone: se gana con conducta.

No bastan leyes justas si quienes las encarnan viven de su excepción. La educación cívica debe volver al corazón de la nación.

Así como se celebran las obras materiales, celebremos cada gesto de civismo, cada maestro que enseña respeto, cada ciudadano que honra su palabra. Reconstruir la ley es reconstruir la conciencia del país.

La ley como reflejo del alma nacional

No soy jurista, pero sé que sin ley no hay patria, solo territorio. La ley es respiración del orden y espejo de la conciencia pública.

Un país que respeta sus normas no necesita más policías, sino más ciudadanos con sentido del deber. El respeto verdadero no se impone: se inspira. Y solo una nación que se respeta a sí misma puede llamarse libre.

La patria interior

Algún día, cuando el ruido se apague, la historia no nos juzgará por las obras que hicimos, sino por la honestidad con que las levantamos.

Los pueblos que perduran no son los que más leyes tienen, sino los que más las honran.
Porque la ley, cuando nace del alma, se convierte en conciencia. Y una nación con conciencia no necesita guardianes: necesita fe.

Volver al respeto a la ley es volver a la raíz invisible que nos une.  Es mirar al otro sin miedo ni ventaja. Es creer que la patria no empieza en el Palacio, sino en el gesto cotidiano que evita el daño y honra la palabra.

Cuando el respeto vuelva a ser costumbre y el deber una alegría; cuando las leyes dejen de ser vitrinas y vuelvan a ser caminos, esta tierra florecerá otra vez como patria.

Porque el decoro y la dignidad fueron, desde los días de Duarte, las columnas invisibles que sostuvieron nuestra libertad.

Y cuando las alcemos de nuevo con nuestras acciones, el alma dominicana, reconciliada consigo misma, se levantará luminosa bajo la luz de su propio sol.

Tomado de Acento