Por Sergio Acevedo.

A pesar de los grandes avances experimentados por la mujer en su lucha social para incorporarse al trabajo productivo y al ejercicio de los derechos ciudadanos en condiciones similares al hombre, todavía persisten en nuestras sociedades condiciones de desigualdad y subordinación que constituyen un freno al desarrollo individual de la identidad femenina y, consecuentemente,

Por Sergio Acevedo.

A pesar de los grandes avances experimentados por la mujer en su lucha social para incorporarse al trabajo productivo y al ejercicio de los derechos ciudadanos en condiciones similares al hombre, todavía persisten en nuestras sociedades condiciones de desigualdad y subordinación que constituyen un freno al desarrollo individual de la identidad femenina y, consecuentemente, los niveles de injusticias contra la mujer se han ido reproduciendo, lo que sin lugar a duda  afecta el avance de toda la colectividad.

La mujer ha estado tradicionalmente desvalorizada y subordinada al poder masculino, lo que ha sido un factor de discriminación y negación de derechos que son consustanciales a su naturaleza humana.

La propia sociedad, que desde el pecado de Eva ha estado blasfemando e instrumentalizando a la mujer, ha perdido de vista que debido a la naturaleza propia de la vida, tanto el hombre como la mujer, tienen la misma dignidad y son de  igual derecho, dentro de su diversidad, para darle cumplimiento a sus fines trascendentes, como es la creación de la familia.

La familia establece un vínculo, una dinámica de reciprocidad que anima a la pareja, en una relación de comunión mutua,  a realizarse entre sí y a reencontrarse como personas. A esta unidad de los dos actores de la existencia Dios les confía no sólo la opera de la procreación y la vida de la familia, “sino la construcción misma de la historia”.

 La mujer es el complemento del hombre, como el hombre lo es también de la mujer. Los dos, mujer y hombre se completan mutuamente, no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino también ontológico, la una y el otro son determinantes para la vida y para la sociedad; en su encuentro se realiza una concepción unitaria de la persona humana, basada no en la lógica del egocentrismo y de la autoafirmación, sino en la del amor y la solidaridad.

Sin embargo, la historia lo que nos enseña es que no ha habido una igualdad de género, que la mujer no ha recibido un verdadero trato equitativo en su relación social y en el entorno humano, y esa concepción machista ha estado alimentada por filósofos y pensadores que han hecho verdaderas apologías a la discriminación y a la exclusión, lo que ha sido un factor generador de tratos inhumanos en diversas culturas por razones muchas veces hasta religiosas.

Desde tiempos muy remotos de la historia se ha venido ilustrando con signos apocalípticos, la angustia y los sufrimientos de la mujer, lo mismo que su grado de marginación, ya que la mujer padeció torturas verdaderamente terroríficas por el simple hecho de nutrir su intelecto. Ese privilegio hasta hace poco sólo estuvo reservado al hombre y no han sido pocos los pensadores y filósofos que en la antigüedad alimentaron ese comportamiento, emitiendo juicios discriminatorios y negándole derechos naturales a la mujer. Sólo hay que leer los siguientes juicios para que podamos formarnos una idea del fenómeno.

“Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará”. Antiguo testamento. Génesis, 3,16 (ca. 900 aC)

«Existe un principio bueno que creó el orden, la luz y el hombre, y un principio malo que creó el caos, la oscuridad y la mujer.» Pitágoras (582-507 aC).

«Es ley natural que la mujer esté sometida al marido.» Confucio (ca. 500 aC).

La marginalidad, la violencia, la pobreza, el analfabetismo, la inseguridad, entre otros elementos de exclusión,  constituyen ingredientes de explotación que discriminan a la mujer y le niega el acceso a fuentes primarias de bienestar como son el trabajo y la educación, convirtiéndolas en ciudadanas de segunda categoría.

Esta historia estuvo presente en todo el globo terráqueo con diversas escaramuzas presentadas por mujeres que se rebelaron contra el estatus, así como a consecuencia de acontecimientos históricos importantes que alimentaron la lucha de la mujer por su liberación. La Revolución de Francia contribuyó de manera decisiva a mejorar los derechos de la personas, entre ellos, los derechos de la mujer.

Pero fue a partir de la segunda mitad del Siglo XX cuando se registraron los acontecimientos más notables en procura de la igualdad y los derechos femeninos, no sólo en nuestro continente, sino también en Europa y, en menor proporción, en África y Asia.

En nuestro país, la lucha por la igualdad y la participación de la mujer en el tejido social, adquirió un notable y decisivo impulso con la llegada del doctor Joaquín Balaguer y el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) al poder, en el año 1966.

Balaguer otorgó poder político y social a la mujer dominicana mediante su integración a las tareas de gobierno. Su medida más trascendental en ese tenor fue el nombramiento al mismo tiempo de 26 gobernadoras para todas las provincias, legisladoras, síndicas, regidoras, así como la incorporación a nivel de ministerio de varias representantes del sexo femenino, entre las cuales se destacaron las doctoras Altagracia Bautista de Suarez, Licelot Marte de Barrios, entre otras.

Del mismo modo, Balaguer auspició la creación de instituciones públicas y facilitó la apertura de muchas de carácter privado, desde las cuales la mujer dominicana pudo desarrollar actividades de promoción y de solidaridad económica, fundamentalmente en la zona rural, tradicionalmente olvidada por los gobiernos anteriores y posteriores al lìder.

Aparte de la constitución de la Dirección Nacional de Promoción de la Mujer, Balaguer patrocinó la creación de los llamados Clubes de Amas de Casa; Centros de Madres, Cruzada de Amor, organizaciones que le concedieron un valor agregado a la lucha emancipadora de la mujer dominicana.

Heredero único de ese legado de cultura política, y fiel a esos postulados establecidos por Balaguer, Quique Antùn rediseña el partido y le inserta la impronta del valor femenino, como un reconocimiento a la lucha de la mujer y como un testimonio viviente de su decisión inquebrantable de continuar la obra del líder histórico hasta alcanzar el sitial que le corresponde a la señora de la procreación, creadora de la vida y  arquitecta de la historia.

Quique Antùn construye un reformismo nuevo, de avanzada, consustanciado con la dinámica del país. Un reformismo fundamentado en el trabajo y el amor al pueblo, dueño de un modelo de acción política que se inspira en las necesidades más sentida de la gente para promoverla en el plano social y resaltar sus valores humanos. La mujer es el ser supremo objeto de la acción del nuevo reformismo, porque ella es la criatura más hermosa y perfecta creada por Dios.