En la búsqueda de explicaciones satisfactorias del origen y destino del problema que confronta la República Dominicana desde su fundación, frente a las aspiraciones y ambiciones del país vecino, cuyo origen y cultura son diametralmente opuestos al temperamento y formación de los dominicanos,
Por RAMÓN PINA ACEVEDO M.
En la búsqueda de explicaciones satisfactorias del origen y destino del problema que confronta la República Dominicana desde su fundación, frente a las aspiraciones y ambiciones del país vecino, cuyo origen y cultura son diametralmente opuestos al temperamento y formación de los dominicanos, hemos bajado a las catacumbas de la historia desde donde hemos podido, con el auxilio de las acciones de la Fundación Joaquín Balaguer Inc., exhumar el pensamiento, previsiones y profecías del político e intelectual excepcional que fue el doctor Joaquín Balaguer.
El primero de diciembre de 1927, mientras desempeñaba sus condiciones de colaborador de ese extraordinario diario del que aún hoy disfrutamos y que es La Información de Santiago, el doctor Balaguer emitió en el reputado diario un escrito en que el que revela sus preocupaciones por la actividad francamente hostil y perjudicial a nuestro país, de parte del pueblo e instituciones haitianas.
El acertado escrito ha sido reproducido en las páginas 662 y 663 de un volumen publicado por Editora Corripio bajo el título de Joaquín Balaguer, escritos producidos en verso y en prosa, debido a los esfuerzos del licenciado Rafael Bello Andino, que mantiene la dirección de la Fundación que lleva el nombre del sensacional político, y en el que bajo el título de El Imperialismo Haitiano, expone juicios dignos de consignarse en el bronce simbólico que ya hoy compone nuestra inmarcesible colección de tarjas. Sin más, reproducimos a continuación el breve pero extraordinario escrito que se produce así:
Abrimos comillas:
Hay para la vida de nuestra entidad republicana, un peligro más grave en la vecindad del imperialismo haitiano que en la expansiva absorción, prodiga en acechanzas del imperialismo angloamericano.
Es menos alarmante, para la salud de la República, el soplo imperialista que nos llega de Estados Unidos que el oleaje arrollador del funesto mar de Carbón que ruge, y como león encadenado, en el círculo que opone a sus sueños de expansión la inmutabilidad legal de las fronteras.
Hasta ahora sólo nos ha preocupado el imperialismo angloamericano. Pero el imperialismo de Haití, irritante y ridículo, tenaz y pretencioso, conspira con mayor terquedad contra la subsistencia de nuestro edificio nacional, digno, sin duda, de más sólida y firme arquitectura.
Haití como manifiestamente lo demuestran sus vinculaciones históricas con la Patria Dominicana, es una nación esencialmente imperialista. Todos los mandatarios de aquel país vecino han tenido y tienen todavía la obsesión de abatir la República con el acero de sus espadas imperiales. El sueño de la isla una e indivisible es una pesadilla que ha echado ya hondísimas raíces en el África tenebrosa de la conciencia nacional haitiana. Somos pueblos vecinos pero no pueblos hermanos. Cien codos por encima de la vecindad geográfica se levantan la disparidad de origen y los caracteres resueltamente antinómicos que nos separan en las relaciones de la cultura y en las vindicaciones de la Historia.
De ahí que no creemos en la mentirosa confraternidad dominico-haitiana. En el Palacio Presidencial de Haití han habitado y habitan los peores enemigos de la viabilidad de nuestro ideal republicano. Por eso, la obra de más empeño cívico, después de la creación de la República, es y será la colonización del litoral fronterizo.
Si por algo ha de pasar Horacio Vásquez con resplandores de inmortalidad al libro de la historia, es por la colonización de las fronteras. Esa es la obra más llamada a dar a nuestra nacionalidad vida imperecedera. La República está bajo la amenaza de dos imperialismos igualmente malditos: el angloxamericano y el haitiano. Contra el primero, hay que oponer las ejecutorias ejemplares de una existencia ciudadana absolutamente sujeta a los postulados y a las normas de una moral política llamada a hacer perdurar en la historia nuestra entidad republicana.
Pero contra el imperialismo haitiano, lo que necesitamos es realizar una completa y científica colonización del litoral fronterizo y establecer el servicio militar obligatorio para que cada ciudadano pueda ser un baluarte desde cuyas almenas se alce la bandera de la República desplegada a todos los vientos por la grandeza del derecho armado.
Se cierran aquí las comillas.
Como es fácil advertir, el doctor Balaguer no esperó escalar a los primeros lugares de la política dominicana y a la Presidencia de la República, para manifestar su preocupación por el problema haitiano. Desde sus años iniciales en la vida pública, estaba ya convencido de que era y es deber de los gobernantes dominicanos, dedicar sus mejores tiempos a resolver este problema que ya muchos han dicho con sobrada razón, que se trata no de un problema dominicano sino de la comunidad internacional, que en su gran mayoría ha pretendido que sean los dominicanos los que le den solución al problema haitiano.
El pensamiento puesto de relieve por el doctor Balaguer en su nota del año 1927, justifica y nos hace volver nuestra atención a las palabras que con valor extraordinario pronunció desde la poltrona presidencial, cuando señalando gobiernos y países acusó a varias naciones de operar en el sentido de convertir a la isla en una e indivisible como es el sueño haitiano. Su oposición en este mismo sentido en cierto modo contribuyó a las reacciones que fueron aprovechadas para malograr su último mandato hasta el colmo de recortarlo en una aventura constitucional que ojalá no se repita.