Por Ricardo Espaillat
Recientemente celebramos un aniversario más del primer ascenso al poder del Partido Reformista. Y tres días después los Estados Unidos de Norteamérica celebraba un aniversario más de la declaración de su independencia.
Reflexionando sobre el momento difícil que atraviesa nuestro país, y en la esencia misma de un partido como el nuestro, instrumento de la historia, repetidas veces llamado por el destino a poner orden en el caos, convocado por los tiempos a dirigir nuestro país a través de las tempestades, me pregunto entonces que nos ha sucedido y si los reformistas de hoy tenemos los méritos para celebrar con orgullo esa fecha tan significativa.
Por Ricardo Espaillat
Recientemente celebramos un aniversario más del primer ascenso al poder del Partido Reformista. Y tres días después los Estados Unidos de Norteamérica celebraba un aniversario más de la declaración de su independencia.
Reflexionando sobre el momento difícil que atraviesa nuestro país, y en la esencia misma de un partido como el nuestro, instrumento de la historia, repetidas veces llamado por el destino a poner orden en el caos, convocado por los tiempos a dirigir nuestro país a través de las tempestades, me pregunto entonces que nos ha sucedido y si los reformistas de hoy tenemos los méritos para celebrar con orgullo esa fecha tan significativa.
Que ha sucedido con ese partido que en un momento supo responder a la demanda de una sociedad en conmoción y desasosiego. La misma sociedad que hoy nos necesita, que nos solicita encarecidamente sin tener respuestas.
Por qué no cumplimos con nuestro deber político de atender las grandes necesidades de nuestro pueblo, de ser ejemplo de ciudadanos virtuosos en una sociedad de tanta descomposición social y antivalores.
Hemos olvidado que fue a través de una vida llena de sacrificios y privaciones, de decisiones acertadas y de acciones tomadas sin vacilación, que nuestro fundador y líder pudo conquistar los corazones y la inteligencia del pueblo sano. de ese pueblo que no pone sus intereses en la balanza cuando el bienestar del país solicita su trabajo, su sudor, su entrega y hasta su vida.
Hemos olvidado el sacrificio y optado por el camino fácil de las alianzas.
Hemos perdido la fe y la creencia en nuestra institución como opción de poder y vivimos apostando a líderes extra partidarios que nos representan gratificaciones inmediatas, sin necesidad de grandes afanes y sacrificios; simplemente negociando nuestro nombre, nuestro símbolo, nuestro color y nuestra historia.
Cualquier proyecto noble y optimista es visto una locura, dentro y fuera del partido; y claro, cualquier locura es inaceptable, atenta contra el negocio.
El pueblo nos ve con nostalgia y añora esos años de buen gobierno del partido colorao, pero nosotros lo ignoramos, tratamos de convencernos a nosotros mismos de que somos chiquitos y justificar así la alianza siempre con uno más grande.
La unidad termina siempre siendo manipulación y conveniencia, pero conveniencia para unos pocos, no para el partido.
El partido ha perdido su fe y al mismo tiempo la creencia de que puede volver algún día al poder. Y aun en circunstancias notoriamente favorables para su resurgimiento, su crecimiento y su fortalecimiento, la alta dirigencia del partido ha insistido en alianzas que arrinconan al partido, que llevan descontento de sus bases y a su dirigencia media.
Y pensando en el comportamiento de esa alta dirigencia y analizando la fecha que recientemente celebramos, me llega a la memoria una anécdota de Charles Maurice de Talleyrand, ministro de relaciones exteriores de Francia en la era de napoleón, que fuera narrada con habilidad de escribano por su biógrafo, el vizconde de Norwich, Alfred Duff Cooper.
Cuenta Cooper que el barco en que iba Talleyrand camino a los Estados Unidos tuvo que atracar en Falmouth.
En el lugar donde se hospedo Telleyrand se encontraba también el general Benedict Arnold, quien más luego expresara al exiliado francés “que era quizás el único norteamericano que no podía darle una carta de recomendación para su propio país”.
En efecto, el general Arnold era considerado un símbolo de traición en los Estados Unidos, porque a pesar de haber librado batallas importantes junto al ejército norteamericano durante su gran revolución independentista, término aliándose al bando contrario apoyando el ejército británico en contra de los intereses de su patria. Talleyrand, refiriéndose a ese hecho expreso que el crimen o yerro de Arnold no había sido otro que el de creer en el triunfo del adversario mientras combatía en filas victoriosas y haber transferido su apoyo al enemigo en un momento inoportuno.
Siguiendo la lógica del pensamiento de Talleyrand, quizás ese ha sido también el yerro deun grupo importante de la cúpula reformista: el creer en el triunfo del adversario político, mientras han estado militando en las filas de nuestro glorioso partido reformista con todas las posibilidades de lograr un triunfo; y el transferir su apoyo al partido contrario en un momento inoportuno.
Quizás esa explicación revelaría simplemente la falta de fe de esos compatriotas en su propia casa política, sin tocar otras debilidades del ser humano que tanto afecta hoy nuestra sociedad.
Pero a diferencia del hombre que Talleyrand encontró en Falmouth, triste, sufrido y avergonzado, yo veo esa cúpula de reformistas muy contentos, sin remordimientos ni culpas y dispuesto con todo animo a continuar en el negocio.
Entre el legado de Balaguer y la conducta de Benedict Arnold, se han inclinado por la del general de la traición.
Aun así, si tomamos en consideración que “la historia juzga el último periodo de vida de un hombre con más severidad que su comienzo”, todavía hay oportunidad de hacer lo correcto, todavía los reformistas tenemos la oportunidad de luchar unidos en nuestro partido, pero como reformistas.