Tras la caída de Trujillo en 1961, la República Dominicana quedó sumida en una profunda inestabilidad política, económica y social, reflejada también en el precario estado del sistema eléctrico nacional. En aquel contexto, el acceso a la electricidad era un privilegio limitado casi exclusivamente a las grandes ciudades como Santo Domingo y Santiago, mientras que el resto del país permanecía sumido en la oscuridad o dependía de sistemas eléctricos rudimentarios y aislados. La infraestructura que dejó la dictadura era obsoleta, insuficiente y dependiente casi por completo del petróleo, lo que hacía al país altamente vulnerable a las fluctuaciones del mercado internacional.
Durante ese periodo, la Corporación Dominicana de Electricidad (CDE) operaba sin planificación adecuada ni capacidad financiera para expandir o modernizar el sistema. Las inversiones públicas eran mínimas, las pérdidas técnicas elevadas y la calidad del servicio, deficiente, con apagones constantes y prolongados que limitaban tanto la calidad de vida de la población como las posibilidades de desarrollo económico. La situación se agravó aún más tras la Revolución de Abril de 1965 y la posterior intervención militar estadounidense, relegando el tema energético en la agenda nacional frente a la urgencia de estabilizar el país.
Frente a este panorama, durante los gobiernos del Dr. Joaquín Balaguer, el país vivió una verdadera transformación en el sector eléctrico. El gobierno reformista ejecutó una política de inversión pública sin precedentes, financiada en su mayoría con recursos estatales, orientada a diversificar la matriz energética. Así se construyeron importantes proyectos hidroeléctricos como las presas de Tavera-Bao, Valdesia, Jigüey, Aguacate, Río Blanco y Rincón, logrando reducir la dependencia del petróleo y estableciendo una capacidad instalada más limpia, estable y sostenible. Esta estrategia fue acompañada de la modernización de plantas térmicas, la expansión de la red de transmisión y el acceso a la electricidad en regiones históricamente marginadas, sentando así las bases para la industrialización nacional.
Cuando el Partido Reformista entregó el poder en 1996, el país contaba con un sistema energético estable, con una matriz diversificada entre generación hidráulica y térmica. Sin embargo, los gobiernos que le sucedieron no supieron consolidar ni desarrollar este legado. Aunque se diversificó la generación incorporando energías renovables no convencionales, la falta de inversión sostenida en la red de transmisión y distribución impidió que esos avances se tradujeran en un servicio estable y eficiente. El sistema degeneró en un modelo dependiente de subsidios crecientes y una gestión cada vez más ineficiente.
Hoy, el sistema eléctrico dominicano enfrenta una paradoja: existe capacidad de generación suficiente, pero sustentada en una matriz de costos elevada y con una infraestructura técnica deteriorada e ineficiente, sobre todo en la distribuidoras. A pesar de algunos avances en energías renovables, su desarrollo es limitado frente a lo que el país realmente necesita. Las pérdidas técnicas superan el 39% y los apagones se mantienen, mientras el subsidio estatal supera los 1,500 millones de dólares anuales, convirtiéndose en una carga fiscal insostenible.
Si el Partido Reformista Social Cristiano hubiese continuado en el poder después de 1996, la historia habría sido diferente. El PRSC habría mantenido la expansión de la capacidad instalada bajo el liderazgo estatal, promoviendo una participación privada gradual y estratégicamente regulada. El esquema de capitalización habría sido de carácter mixto, pero con un control estratégico absoluto por parte del Estado sobre los activos esenciales. El reformismo habría seguido fortaleciendo la infraestructura pública, especialmente en generación hidráulica, reduciendo la dependencia del petróleo y del gas natural importado.
Asimismo, el PRSC habría promovido desde finales de los años noventa un plan agresivo para la incorporación de energías renovables no convencionales, desarrollando parques eólicos y solares en las zonas de mayor potencial, además de impulsar el uso de biomasa. Esto habría estado acompañado por una modernización institucional temprana, creando y fortaleciendo un Ministerio de Energía y Minas que, desde entonces, hubiese liderado una política energética integral, sostenible y al servicio del desarrollo nacional.
En materia financiera, el reformismo habría sostenido una política de disciplina fiscal, evitando que el subsidio eléctrico creciera al nivel actual, e imponiendo límites claros al gasto corriente. Se habría priorizado la sostenibilidad del sistema mediante tarifas justas y mecanismos eficientes de recuperación de costos. La electrificación rural también habría sido una prioridad, siguiendo la tradición de obras públicas reformistas, integrando a muchas más comunidades rurales al sistema eléctrico nacional y reduciendo la brecha de desigualdad territorial.
El PRSC siempre ha demostrado su capacidad de adaptarse a los tiempos y anticipar los retos del desarrollo. De haberse mantenido al frente del gobierno, el país habría consolidado un sistema energético diversificado, sólido y financieramente sostenible, menos vulnerable a los vaivenes internacionales y más eficiente en su gestión interna.
En conclusión, los gobiernos reformistas demostraron que el desarrollo del sector eléctrico no es el resultado del azar, sino de una visión de Estado, una planificación responsable y una inversión pública decidida. El legado energético del reformismo no solo iluminó al país, sino que sirvió como plataforma para el progreso económico y social. Hoy, cuando el sistema eléctrico enfrenta desafíos estructurales y financieros graves, es imprescindible reflexionar sobre la gestión disciplinada, eficiente y sostenible que caracterizó al PRSC. Retomar esa visión, adaptada a los retos actuales, es quizás la única vía para rescatar el sistema eléctrico y garantizarle a las futuras generaciones un servicio estable, justo y verdaderamente soberano.
Por: José Balaguer
Miembro del Directorio Presidencial del PRSC