Por Bienvenido Ruiz
Muchos vivimos, y los más jóvenes leen la historia del presidente Balaguer como el gran constructor de la República Dominicana. Se haría interminable enumerar y hacer una lista de las obras realizadas durante su largo tiempo de mandato: avenidas, presas, grandes parques, catedrales, zoológicos, puentes, apartamentos para clases sociales bajas y medias, teleféricos, y un largo etcétera.
Plaza de la Salud, Plaza de la Cultura, complejos turísticos y más. Resaltado por las obras materiales, debe serlo aún más por ser un celoso guardián de los fondos públicos, con un control absoluto del movimiento económico presupuestario de la nación.
A la juventud dominicana debe enseñársele que existen valores fuera de lo material y lo cuantitativo, que el Dr. Balaguer supo impregnar a su vida y a su obra de gobierno, como la transparencia, la frugalidad, la sencillez, la humildad y la grandeza en el estilo de vida.
Publicaba mensualmente, de forma detallada, en la prensa nacional, los ingresos tributarios y egresos del Estado. Pudo construir su impresionante obra de gobierno con ahorros internos, sin endeudar al país y sin aumentar los impuestos al pueblo.
Vivió una larga vida de servicio social, en un modesto espacio del patio de su casa, sin lujos, ni fundaciones, ni cuentas bancarias; donde acudían a buscar consejos, abrevando en su amplia sabiduría y experiencia, grandes políticos y empresarios nacionales e internacionales.
Sus cualidades de honesto, austero, trabajador, eficiente administrador, transparente, nacionalista y revolucionario lo llevan a ser recordado como el prototipo de los presidentes dominicanos. Quiso, y así procuró, construir una República Dominicana más grande cada día.
Atendió el campo y la producción nacional como ningún otro gobernante dominicano.
Su legado, más que en la materialidad de su obra, está cimentado en la espiritualidad y la conciencia patriótica de los dominicanos.