Por Sergio Acevedo.

En una democracia moderna y eficaz, es impensable la no presencia de los partidos políticos, en virtud de que son estas agrupaciones las que encarnan el mayor nivel de representación de los ciudadanos y las que perfilan el vínculo principal de intermediación en su relación con el Estado.

Por Sergio Acevedo.

En una democracia moderna y eficaz, es impensable la no presencia de los partidos políticos, en virtud de que son estas agrupaciones las que encarnan el mayor nivel de representación de los ciudadanos y las que perfilan el vínculo principal de intermediación en su relación con el Estado.

La fortaleza de los partidos va a depender de su nivel de representación de los intereses  diversos que coexisten en la sociedad, intereses que por lo regular son divergentes y muchas veces antagónicos. Esos intereses deben ser representados por los partidos y, mientras más amplio sea el abanico de representatividad de esas agrupaciones, mayor será su influencia en la sociedad.

Los intereses de los ciudadanos, sin importar su condición social, son esencialmente legítimos. Todos tienen el derecho a vivir cada vez mejor, a elegir y ser elegidos, a disfrutar de los bienes de la salud, la educación, la cultura y, sobre todo, a la libertad, que es el fundamento y el alimento que nutre la acción política en una democracia.

En consecuencia, los partidos deben articular y personificar en todo momento los intereses de la población para que puedan ser tomados en cuenta por el electorado y puedan tener acceso al poder mediante el voto popular, única vía establecida por la democracia para llegar a gobernar.

Y es precisamente ese amplio nivel de representatividad lo que diferencia al partido de los demás agrupamientos de la sociedad civil. Los partidos deben agregar e integrar diferentes intereses en sus plataformas programáticas y trabajar siempre para la conquista del bien común.

Un partido que representa exclusivamente los intereses de sus miembros, que instrumentaliza a los electores mediante mecanismos contrarios a la democracia, es un partido de pobres resultados electorales y que tiene que acudir  a expedientes de corrupción para mantener su hegemonía desde el poder.

Es el fenómeno que se presenta en nuestro país con el partido de gobierno. Nunca ha ganado unas elecciones con sus propias fuerzas, la primera vez que llega al poder fue con el voto y el dinero generoso de los reformistas obsequiados magnánimamente por el presidente Balaguer y, los demás “triunfos”, han sido mediante la compra de consciencia y el uso asqueroso de los recursos públicos para mantenerse en el poder, el cual se utiliza no en aras de la solución de los problemas  del país, sino como una verdadera piñata para hacer negocios y llenar sus bolsillos de pesos.

No hay dependencias públicas que no haya sido maleada por la corrupción en su esfera más alta. Por primera vez se da en el país un fenómeno de esa naturaleza en la que un partido político utilice el poder público como un mecanismo de ascensión social exclusivo para sus miembros en una relación perversa, porque mientras ellos se enriquecen cada día más, el país se empobrece y sufre las calamidades del desempleo, la inflación, el deterioro y encarecimiento de los servicios públicos, los altos niveles de inseguridad y, lo que resulta peor, el desamparo en que vivimos los ciudadanos.

Los dominicanos no tenemos a quien acudir cuando tenemos un problema, porque los funcionarios públicos, borrachos de poder y de riquezas, no hacen caso a nadie, ni ayudan a nadie, todos actúan como si las dependencias bajo su dirección fueran fincas legadas por sus mayores y, con el agravante, de que la autoridad superior no actúa para enderezar la situación.

Los miembros del CP del partido de gobierno son elementos independientes, intocables, no tiene jefes que les llame la atención, actúan de manera medalaganaria, con programas independientes para satisfacer su interés personal y no el interés de la República. No hay manera de verlos para tratarles asuntos relativos a sus cargos, sólo atienden los negocios y el país cada día más jodido y cayéndose a pedazos.

Por eso es que tenemos que respaldar a Quique Antùn, nuestro líder está haciendo un partido nuevo para servirle al país, para representar y defender los intereses de la República, para trabajar por la conquista del bien común.

Quique Antùn no va a claudicar ante ningún poder, sus acciones estarán revestidas como siempre, primero, poniendo en alto los intereses de la República, como nos lo ha enseñado Balaguer y, luego, los intereses de los reformistas, de los que trabajan en la búsqueda del voto en todos los rincones de la geografía nacional y que tradicionalmente han sido ignorados. Quique siempre ha actuado con la frente en alto, nunca se ha arrodillado a ningún poder, ha defendido con vigor y prestancia sus ideas y ha sido consecuente con su pensamiento toda la vida.