Por Sergio Acevedo.
Sin ánimo de restar méritos a los grandes aportes realizados por los intelectuales que han dedicado esfuerzos al estudio de la dinámica de los partidos políticos, y que en ocasiones difieren en sus respectivos enfoques, la praxis se ha encargado de demostrar que la función fundamental del partido está situada en el interés de llegar al poder, cuya plataforma es imprescindible para la organización de la sociedad.
Desde Maurice Duverger y los grandes teóricos de orientación marxista de la primera mitad del siglo XX, pasando por los más recientes como son Stefano Bertolini, y el español Ramón Cotarelo, entre otros, el fenómeno de los partidos se ha venido estudiando, tanto en función de sus ideologías, como también de sus estructuras y sus enfoques en torno a su composición clasista.
Por Sergio Acevedo.
Sin ánimo de restar méritos a los grandes aportes realizados por los intelectuales que han dedicado esfuerzos al estudio de la dinámica de los partidos políticos, y que en ocasiones difieren en sus respectivos enfoques, la praxis se ha encargado de demostrar que la función fundamental del partido está situada en el interés de llegar al poder, cuya plataforma es imprescindible para la organización de la sociedad.
Desde Maurice Duverger y los grandes teóricos de orientación marxista de la primera mitad del siglo XX, pasando por los más recientes como son Stefano Bertolini, y el español Ramón Cotarelo, entre otros, el fenómeno de los partidos se ha venido estudiando, tanto en función de sus ideologías, como también de sus estructuras y sus enfoques en torno a su composición clasista.
Pero todos coinciden, de alguna manera, en la definición fundamental aportada por Cotarelo en torno a un partido democrático, “toda asociación voluntaria perdurable en el tiempo dotada de un programa de gobierno de la sociedad en su conjunto, que canaliza determinados intereses, y que aspira a ejercer el poder político o a participar en él mediante su presentación reiterada en los procesos electorales”.
El partido tiene por finalidad esencial la conquista del poder político, es la organización intermedia más importante entre el Estado y la familia, debido a que es el ente dinámico que canaliza los intereses de los grupos que integran la sociedad. Mientras más intereses representen el partido, más importante será su influencia en el conglomerado, como también su capacidad de participación y representación en los estamentos del poder.
Siendo el partido una institución de tanta importancia en la sociedad, el mismo tiene que ser regido por normas legales que garanticen la convivencia interna y la participación democrática de sus miembros en un ambiente de libertad en el cual los derechos y los deberes de sus dirigentes y militantes sean respetados por todos.
Entonces, el partido, debido a su importancia y su gravitación en la sociedad, requiere de una disciplina orgánica para evitar que los integrantes de la organización se desvíen del cumplimiento de los fines y principios para los cuales fue creada la entidad.
En consecuencia, es una obligación de todos los miembros del partido, sin importar su nivel jerárquico, respetar los estatutos de un modo religioso, acatar las decisiones de los organismos competentes, respetar el derecho de los demás miembros, adherirse a las decisiones adoptadas por la mayoría, aun no esté de acuerdo, porque sólo con el cumplimiento de las normas se garantiza la unidad interna y la competencia, que son los fundamentos de la vida de un partido democrático.
La dirigencia está en el deber de respetar la democracia interna, los miembros deben ejercer sus derechos sin restricciones, deben participar activamente en el diseño y en la aplicación de las acciones, de los movimientos del partido, de sus tácticas y estrategias. Porque el partido tiene que reflejar en sus acciones el modelo de democracia que aspira para la sociedad en general.
Configurar una democracia integral a lo interno del partido es fundamental para su buena marcha y para calibrar la democracia interna es preciso considerar el nivel de respeto y garantía de los derechos de los miembros, por lo que resulta imprescindible la existencia de órganos de control de su vida interna.
Por eso se requiere que los violadores de las normas estatutarias sean traducidos al Tribunal Disciplinario con todas las garantías del debido proceso y que las decisiones justas que emanen de ese organismo sean aplicadas y respetadas, debido a que las mismas constituyen verdaderas garantías para la buena marcha y para el cumplimiento de los fines de la organización en general.
Un partido no puede darse el lujo de no establecer sanciones a sus miembros que violenten las normas disciplinarias, sin importar su jerarquía, porque tal comportamiento relaja la entidad y se convierte en un incentivo negativo para que otros hagan lo mismo. De ahí al caos y la anarquía solo hay un paso y, cuando eso sucede, se pierde todo.
Hay que tener claro que el interés del partido está por encima del interés de sus miembros en términos particulares, ninguna individualidad puede situarse por encima del conjunto de la institución, para que podamos convivir en paz y de manera solidaria como tiene que ser, porque la disciplina es a los partidos como la sangre al cuerpo humano.