Por Federico Antún Batlle

Santo Domingo, D.N. 15 de Septiembre, 2025.- Gobernar no es simplemente gastar, sino planificar con visión de Estado. He aprendido que la vía más fácil para gobernar es endeudando al país, mientras que lo verdaderamente difícil es administrar con ahorro interno, eficiencia en el gasto y prioridades claras.

El problema crucial no radica únicamente en el volumen de la deuda, sino en su destino: nos hemos endeudado en gran medida para financiar el gasto corriente, y no para financiar proyectos de inversión que generen riqueza sostenible. Este error transforma el crédito externo en un parche momentáneo que no logra resolver las causas estructurales de nuestra fragilidad económica.

La lección histórica y el espejismo actual

Durante los gobiernos de Joaquín Balaguer se demostró que es posible construir nación con recursos propios, ahorro interno y disciplina en el gasto. Las grandes obras—presas, carreteras, viviendas—se realizaron priorizando lo esencial para el país, evitando hipotecar la patria al capricho de cada coyuntura, sin depender de deudas desbordadas.

Hoy, en contraste, la República Dominicana vive bajo el espejismo de la deuda. Cada nuevo gobierno solicita préstamos con el argumento de «acelerar el desarrollo». Sin embargo, lo que realmente se acelera es la dependencia. La deuda se multiplica, pero la productividad nacional no crece a la misma velocidad. Aunque el gasto público se infla, la calidad de los servicios básicos como educación, salud, agua y electricidad sigue rezagada.

El costo de vivir de préstamos es alto: los frutos del esfuerzo del pueblo y el pago de sus impuestos se diluyen en la obligación de pagar intereses a acreedores internacionales. Además, se descuida la inversión en pilares productivos esenciales como la agricultura y la seguridad alimentaria, elementos sin los cuales el desarrollo no se puede sostener. Un país que vive del endeudamiento es comparable a un hogar que se mantiene a base de tarjetas de crédito; tarde o temprano, los intereses se vuelven impagables y la casa se derrumba.

La ruta hacia la soberanía económica

La deuda, cuando es razonable y bien dirigida, puede actuar como una palanca de desarrollo. Pero cuando se normaliza y se convierte en la principal fuente de financiamiento, representa una sentencia de hipoteca perpetua.

El camino hacia un futuro digno es el ahorro interno, una ruta más difícil que exige carácter y disciplina. Para lograrlo, es necesario:

  1. Reducir el gasto superfluo y clientelar
  2. Implementar una reforma fiscal justa que premie la producción y no castigue a quien menos tiene.
  3. Priorizar proyectos estratégicos no solo en educación, energía y agua, sino también en salud y producción alimentaria.

Lo que está en juego no es una simple cifra presupuestaria, sino la soberanía económica del país. Ninguna nación puede aspirar a un desarrollo real si vive hipotecada, dependiendo de préstamos para cubrir gastos corrientes y descansando su estabilidad en la generosidad de sus acreedores.

La disyuntiva nacional es clara: elegir entre el endeudamiento fácil (que alimenta el inmediatismo político y deja al país encadenado) o la ruta del ahorro interno y la inversión productiva (que requiere sacrificios, pero asegura un futuro digno). El futuro no se compra a crédito; se forja con disciplina, visión y coraje.