La República Dominicana se ha convertido en los últimos años en un país de excluidos, de marginados sociales, de ciudadanos prosternados, sin acceso a la riqueza, sin participación en la toma de decisiones y, lo que es peor, sin ser tomados en cuenta, ni escuchados por los gobernantes que ostentan la representatividad de los poderes públicos.
Por Sergio Acevedo.
La República Dominicana se ha convertido en los últimos años en un país de excluidos, de marginados sociales, de ciudadanos prosternados, sin acceso a la riqueza, sin participación en la toma de decisiones y, lo que es peor, sin ser tomados en cuenta, ni escuchados por los gobernantes que ostentan la representatividad de los poderes públicos.
Las instituciones nacionales, creadas para servir a la ciudadanía y a la democracia, se han convertido en verdaderos feudos para satisfacer ambiciones de grupos y de minorías, lo mismo que para refrendar sus atentados contra el patrimonio público e impedir la aplicación de consecuencia como justo castigo a sus transgresiones.
Nos encaminamos hacia un sistema de dictadura que tiene como su primordial prioridad la destrucción del sistema de partido, principal fundamento y sostén de una auténtica democracia.
No existe en el país ningún estamento de la vida democrática que no haya sido prostituido, desnaturalizado en su esencia, envilecido y mancillado, pervertido y corrompido por el partido de gobierno en su propósito de construir un régimen único, de factura totalitaria, con el interés de mantenerse gobernando indefinidamente mediante mecanismos perniciosos y fraudulentos, en su expresión más escandalosa.
El saqueo avieso al patrimonio público, el uso perverso de los recursos del Estado, han sido las fuentes que han servido para financiar el latrocinio, el cual se manifiesta en casi toda la vida institucional de la nación, principalmente, en los partidos políticos, los órganos legislativos y de justicia, los medios de comunicación, los sindicatos, etc.
Mientras los recursos públicos se utilizan para corromper y depredar a las instituciones y para crear riquezas meteóricas de manera impune, la cantidad de ciudadanos marginados y excluidos aumenta, porque ese saqueo sin límite a los bienes públicos es el principal causante de que en el país mueran tantos dominicanos por enfermedades de fácil diagnóstico como el dengue y existan tan altos números de desempleados y subempleados, por solo mencionar estos dos temas.
Sin embargo, todo no está perdido en el país, porque el Partido Reformista Social Cristiano, bajo la égida de Quique Antùn, está trabajando incansablemente y de manera independiente para modificar ese cuadro desesperante, presentándole al país una opción lozana de un candidato, no sólo con una vasta experiencia de Estado, sino el más estupendo heredero del legado de la obra Balaguer.
Quique Antùn, con el respaldo militante de las fuerzas sociales que luchan por el cambio, especialmente los jóvenes y mujeres que sufren en carne viva el flagelo de la exclusión, va a transformar este país y va a utilizar de manera eficaz los recursos generados para que acabar con la miseria y la iniquidad.
Al igual que Balaguer, Quique Antùn se propone eliminar el modelo injusto que hace de los ciudadanos seres excluidos, para convertirlos en personas incluidas en el bienestar y el progreso, hacerlos dueños de una prosperidad real, no aquella enteramente discursiva que se anuncia en los periódicos y en la propaganda oficial para engañar a la población, presentándole un cuadro de mejoría inexistente sobre la base de cifras retorcidas e irreales.
El país no está compelido a reproducir en el 2016 el esquema de gobierno de la actualidad, tenemos los dominicanos una puerta ancha y promisoria que nos convoca a la esperanza, que nos invita a discurrir el camino nuevo que es el camino de la renovación y el cambio, el único que cuenta con la capacidad gestora, la experiencia gerencial y la independencia estructural, para hacer las transformaciones demandadas por la sociedad para que no hayan excluidos.
Quique Antùn marca la diferencia, se trata de una opción fresca, a pesar de su amplia trayectoria en el ejercicio político, no es un hombre improvisado, sino un político comprometido que se preparó palmo a palmo para gobernar, de un dirigente que se tomó su tiempo estudiando y proyectando su perfil prometedor, para ofertarle al país un producto majestuoso y cargado de dignidad, con la experiencia y el entrenamiento suficiente para administrar el Estado, con la vocación y la competencia para hacer un gran gobierno para beneficio de todos los ciudadanos, especialmente, de los excluidos del progreso y el bienestar.