por Secretaría de Comunicaciones | Nov 3, 2025 | Noticias

Por: Federico Antún Batlle
La República Dominicana enfrenta una disyuntiva crucial en su modelo económico: continuar apoyando su crecimiento en sectores de servicios como el turismo, las zonas francas y las remesas, o integrar de forma más decidida el desarrollo minero dentro de una planificación estratégica a largo plazo.
Este debate no es solo técnico, sino esencial para definir qué tipo de país queremos construir en los próximos 15 a 20 años.
Durante las últimas décadas, el dinamismo de la economía dominicana ha descansado en actividades de servicios que generan divisas y empleo, pero con escasa capacidad de arrastre sobre el resto del aparato productivo.
El turismo aporta cerca del 16 % del PIB, las zonas francas sostienen miles de empleos industriales orientados a la exportación, y las remesas mantienen el consumo interno y reducen la pobreza.
Sin embargo, estos pilares presentan vulnerabilidades: dependen de factores externos como el flujo de visitantes internacionales, la estabilidad de los mercados globales y la situación económica de los dominicanos en el exterior. Son motores que responden más al entorno global que a la capacidad productiva interna.
El modelo basado en servicios, aunque exitoso en el corto plazo, tiende a reproducir una estructura económica poco diversificada. El valor agregado local es limitado, la productividad se estanca y la desigualdad territorial se profundiza. Las regiones turísticas y francas prosperan, mientras amplias zonas rurales permanecen rezagadas.
Además, la economía se vuelve más sensible a los ciclos globales y a los choques externos —una pandemia, una recesión o una crisis energética— que pueden afectar gravemente los ingresos nacionales y el empleo.
Por otro lado, el desarrollo minero ofrece una oportunidad diferente, aunque no exenta de riesgos. La explotación responsable de los recursos minerales —oro, níquel, cobre y otros— puede generar ingresos fiscales significativos, fortalecer la balanza de pagos y financiar inversiones en infraestructura, educación y tecnología.
Pero para que la minería se convierta en motor de desarrollo sostenible, requiere una gestión estatal eficiente, regulaciones ambientales estrictas y una visión que privilegie la transformación local de los recursos.
No se trata de extraer más, sino de agregar más valor dentro del territorio nacional.
La clave no es elegir entre servicios o minería, sino articular ambos sectores dentro de una planificación nacional coherente. Un plan de desarrollo económico a 15 o 20 años debe vincular la renta minera con la diversificación productiva, invertir en innovación y formación técnica, y aprovechar los ingresos temporales de la minería para fortalecer sectores permanentes, como la agricultura moderna, la industria local y las energías renovables.
La República Dominicana necesita superar la dependencia de flujos externos —turistas, remesas, capital extranjero— y construir una economía basada en la producción interna, el conocimiento y la equidad territorial.
El desarrollo sostenible no puede ser fruto del azar ni de la coyuntura, sino de una estrategia clara, consensuada y de largo plazo. Solo así el crecimiento dejará de ser vulnerable y podrá convertirse en verdadero progreso nacional.
por Secretaría de Comunicaciones | Oct 30, 2025 | Noticias

Ing. Federico Antún Batlle
La naturaleza en peligro por la ambición humana
La Laguna Cabral, una de las reservas naturales más importantes de la República Dominicana, se está extinguiendo ante nuestros ojos. Su volumen de agua se ha reducido en más de un 70 %, dejando tras de sí un ecosistema moribundo y comunidades desesperadas.
Esta tragedia no es fruto exclusivo de la sequía: es consecuencia directa de la extracción desmedida de agua, la falta de control estatal y los efectos del cambio climático.
Durante décadas, la laguna ha sido el corazón ambiental y económico de la región Enriquillo.
Sin embargo, la extracción excesiva de agua del Canal Trujillo por parte del Consorcio Azucarero Central (CAC) ha roto el frágil equilibrio ecológico. Al apropiarse prácticamente de todo el caudal, la empresa limita el flujo mínimo necesario para mantener con vida el ecosistema. Esta práctica, más que una irregularidad, constituye una violación al derecho de las comunidades a disponer de un bien común esencial.
A esta presión humana se suman los impactos del cambio climático, que intensifica la sequía con temperaturas más altas y lluvias cada vez más escasas. La deforestación acelerada provoca erosión y sedimentación, mientras la contaminación con productos químicos agrava el colapso ecológico. A ello se añade una gestión estatal débil y permisiva, incapaz de frenar el deterioro.
Las consecuencias son devastadoras: pérdida masiva de biodiversidad, desaparición de especies acuáticas y migratorias, degradación de hábitats naturales y un golpe demoledor a más de 5 mil familias, principalmente pescadores, que dependen directamente de la laguna para sobrevivir. No solo se afecta la economía local, sino también la identidad cultural de comunidades que han convivido históricamente con este cuerpo de agua.
El Ministerio de Medio Ambiente ha emitido recomendaciones al CAC para garantizar un caudal ecológico, pero eso no basta. Una crisis de esta magnitud no se enfrenta con simples exhortaciones: se requiere autoridad, sanciones firmes y acciones inmediatas. El agua no puede ser tratada como una mercancía, sino como un patrimonio nacional que debemos proteger.
La defensa de la Laguna Cabral demanda una gestión integrada de los recursos hídricos, donde Estado, sector privado y sociedad civil trabajen de manera coordinada y transparente.
Urge invertir en reforestación, restauración ecológica, control de sedimentos y revisión de las concesiones de uso de agua.
Lo que ocurre en la Laguna Cabral no es un problema local: es el reflejo de la fragilidad ambiental de toda la República Dominicana. Si hoy permitimos que esta laguna desaparezca, mañana otros ecosistemas vitales podrían correr la misma suerte.
Un llamado urgente a la acción ciudadana
La recuperación de la Laguna Cabral no depende únicamente del Estado: requiere la participación activa de la ciudadanía. Organizaciones comunitarias, ambientales, académicas, empresariales y medios de comunicación deben unirse para exigir acciones inmediatas y sostenibles.
Es hora de levantar la voz en defensa del agua, de exigir transparencia en las concesiones, de impulsar la restauración ecológica y de convertir la protección ambiental en una causa nacional.
Salvar la Laguna Cabral es salvar una parte de nuestra identidad y de nuestro futuro común.
El país no puede permanecer indiferente ante este colapso silencioso. Si actuamos hoy, aún hay esperanza; si callamos, la historia nos juzgará por haber permitido que un patrimonio natural desapareciera sin resistencia.
(1) Informe final sobre la Laguna Cabral, Academia de Ciencias – Comisión Ambiental, Universidad Autónoma de Santo Domingo
por Secretaría de Comunicaciones | Oct 15, 2025 | Noticias

Por Federico Antún Batlle
Santo Domingo, D.N. 15 de Septiembre, 2025.- Gobernar no es simplemente gastar, sino planificar con visión de Estado. He aprendido que la vía más fácil para gobernar es endeudando al país, mientras que lo verdaderamente difícil es administrar con ahorro interno, eficiencia en el gasto y prioridades claras.
El problema crucial no radica únicamente en el volumen de la deuda, sino en su destino: nos hemos endeudado en gran medida para financiar el gasto corriente, y no para financiar proyectos de inversión que generen riqueza sostenible. Este error transforma el crédito externo en un parche momentáneo que no logra resolver las causas estructurales de nuestra fragilidad económica.
La lección histórica y el espejismo actual
Durante los gobiernos de Joaquín Balaguer se demostró que es posible construir nación con recursos propios, ahorro interno y disciplina en el gasto. Las grandes obras—presas, carreteras, viviendas—se realizaron priorizando lo esencial para el país, evitando hipotecar la patria al capricho de cada coyuntura, sin depender de deudas desbordadas.
Hoy, en contraste, la República Dominicana vive bajo el espejismo de la deuda. Cada nuevo gobierno solicita préstamos con el argumento de «acelerar el desarrollo». Sin embargo, lo que realmente se acelera es la dependencia. La deuda se multiplica, pero la productividad nacional no crece a la misma velocidad. Aunque el gasto público se infla, la calidad de los servicios básicos como educación, salud, agua y electricidad sigue rezagada.
El costo de vivir de préstamos es alto: los frutos del esfuerzo del pueblo y el pago de sus impuestos se diluyen en la obligación de pagar intereses a acreedores internacionales. Además, se descuida la inversión en pilares productivos esenciales como la agricultura y la seguridad alimentaria, elementos sin los cuales el desarrollo no se puede sostener. Un país que vive del endeudamiento es comparable a un hogar que se mantiene a base de tarjetas de crédito; tarde o temprano, los intereses se vuelven impagables y la casa se derrumba.
La ruta hacia la soberanía económica
La deuda, cuando es razonable y bien dirigida, puede actuar como una palanca de desarrollo. Pero cuando se normaliza y se convierte en la principal fuente de financiamiento, representa una sentencia de hipoteca perpetua.
El camino hacia un futuro digno es el ahorro interno, una ruta más difícil que exige carácter y disciplina. Para lograrlo, es necesario:
- Reducir el gasto superfluo y clientelar
- Implementar una reforma fiscal justa que premie la producción y no castigue a quien menos tiene.
- Priorizar proyectos estratégicos no solo en educación, energía y agua, sino también en salud y producción alimentaria.
Lo que está en juego no es una simple cifra presupuestaria, sino la soberanía económica del país. Ninguna nación puede aspirar a un desarrollo real si vive hipotecada, dependiendo de préstamos para cubrir gastos corrientes y descansando su estabilidad en la generosidad de sus acreedores.
La disyuntiva nacional es clara: elegir entre el endeudamiento fácil (que alimenta el inmediatismo político y deja al país encadenado) o la ruta del ahorro interno y la inversión productiva (que requiere sacrificios, pero asegura un futuro digno). El futuro no se compra a crédito; se forja con disciplina, visión y coraje.
por Secretaría de Comunicaciones | Oct 13, 2025 | Noticias

Por: Danilo Ginebra
[La verdadera libertad no desafía la ley: la ennoblece.]
“La civilización no se salva con discursos, sino con conducta.” José Ortega y Gasset
El país sin cauce
En estos tiempos en que la desconfianza se ha vuelto idioma común y la ley un papel que pocos leen y menos cumplen, urge volver al respeto que da forma a la libertad.
En la República Dominicana hemos confundido la libertad con la impunidad: el derecho a hacer sin el deber de responder.
La ley, ese acuerdo invisible que sostiene la convivencia, se ha vuelto ornamento de discursos: se cita cuando conviene y se ignora cuando estorba.
Y cuando la ley se convierte en adorno, el alma de la nación se enferma. De ahí brota la corrupción que corroe instituciones, conciencias y sueños.
La ley como raíz de la convivencia
“La cultura no se improvisa; es obra de generaciones que aspiran, trabajan y se disciplinan.”—Pedro Henríquez Ureña
La ley es disciplina interior que moldea el carácter de los pueblos. No es obstáculo: es cauce.
Donde no hay norma, reina el capricho; y donde reina el capricho, la libertad se deforma.
Cumplir la ley no es someterse, sino reconocerse parte de un orden moral que protege a todos.
El ciudadano que la cumple por conciencia —no por miedo— eleva el espíritu del país.
La ley, cuando se vive, educa. Nos enseña a convivir sin herirnos, a entender que mi derecho termina donde empieza la dignidad del otro. Respetar la norma es una forma de amar.
La ley auténtica no nace del miedo al castigo, sino del amor al orden justo: recordatorio de que no todo lo permitido es digno, ni todo lo legal es moral.
El país sin consecuencia
Vivimos en una república donde la infracción se ha vuelto costumbre.
Todo comienza con promesas de campaña que nadie cumple y termina con la corrupción que todos toleran.
Las leyes de tránsito son papel mojado; los motores cruzan en contravía, los semáforos son sugerencias y los guardianes del orden miran hacia otro lado.
Las bocinas rugen, las mentiras oficiales se multiplican y las propinas sustituyen la justicia.
Pero el desorden más grave nace del alma permisiva que ya no teme la sanción.
La corrupción no es un accidente: es la consecuencia directa de la ausencia de castigo.
Cuando el funcionario no teme la ley, deja de respetarla.
Los que juran servir y terminan sirviéndose; los congresistas que legislan para blindar privilegios; los empresarios que se enriquecen de las grietas del sistema: todos son el espejo de un país donde el éxito se mide por la trampa y el “tigueraje” se celebra como talento nacional.
De los que saquearon la nación nacen los que hoy caminan erguidos, olvidando el origen de su fortuna.
El delito envejeció con prestigio, y mientras no se le nombre por su nombre, seguiremos presos del cinismo. Cuando la corrupción se hereda, la vergüenza desaparece.
La lección de Singapur
Singapur comprendió una verdad elemental: no hay progreso sin orden moral.
Allí, la ley no es castigo, sino orgullo.
Nadie ensucia la calle ni desafía un semáforo porque hacerlo sería traicionar algo más grande que el miedo: la dignidad compartida.
No fue la riqueza lo que los transformó, sino la voluntad. La disciplina se volvió cultura, y la cultura, prosperidad.
Mientras en Singapur la vergüenza social es justicia, aquí la impunidad se disfraza de astucia.
Allí el orgullo nace del cumplimiento; aquí, de la trampa. Por eso el progreso no nos alcanza: aún no entendemos que la moral también produce riqueza.
Cómo recuperar el respeto
El respeto no se impone: se siembra en la conciencia, con régimen de consecuencias para todos.
Comienza en el hogar, se cultiva en la escuela y florece cuando el ejemplo viene desde el poder.
No hay ley que eduque si el ejemplo contradice su palabra. Un presidente que respeta la norma enseña más que mil discursos. La autoridad no se impone: se gana con conducta.
No bastan leyes justas si quienes las encarnan viven de su excepción. La educación cívica debe volver al corazón de la nación.
Así como se celebran las obras materiales, celebremos cada gesto de civismo, cada maestro que enseña respeto, cada ciudadano que honra su palabra. Reconstruir la ley es reconstruir la conciencia del país.
La ley como reflejo del alma nacional
No soy jurista, pero sé que sin ley no hay patria, solo territorio. La ley es respiración del orden y espejo de la conciencia pública.
Un país que respeta sus normas no necesita más policías, sino más ciudadanos con sentido del deber. El respeto verdadero no se impone: se inspira. Y solo una nación que se respeta a sí misma puede llamarse libre.
La patria interior
Algún día, cuando el ruido se apague, la historia no nos juzgará por las obras que hicimos, sino por la honestidad con que las levantamos.
Los pueblos que perduran no son los que más leyes tienen, sino los que más las honran.
Porque la ley, cuando nace del alma, se convierte en conciencia. Y una nación con conciencia no necesita guardianes: necesita fe.
Volver al respeto a la ley es volver a la raíz invisible que nos une. Es mirar al otro sin miedo ni ventaja. Es creer que la patria no empieza en el Palacio, sino en el gesto cotidiano que evita el daño y honra la palabra.
Cuando el respeto vuelva a ser costumbre y el deber una alegría; cuando las leyes dejen de ser vitrinas y vuelvan a ser caminos, esta tierra florecerá otra vez como patria.
Porque el decoro y la dignidad fueron, desde los días de Duarte, las columnas invisibles que sostuvieron nuestra libertad.
Y cuando las alcemos de nuevo con nuestras acciones, el alma dominicana, reconciliada consigo misma, se levantará luminosa bajo la luz de su propio sol.
Tomado de Acento
por Secretaría de Comunicaciones | Oct 9, 2025 | Noticias

Por: Johnny Jones
República Dominicana cuenta con una envidiable red de presas hidráulicas utilizadas para el almacenamiento de agua para uso humano, agrícola y generación de energía eléctrica.
La construcción de presas no sólo nos proporciona grandes reservas y control de avenidas, sino que también genera microclimas favorables al medio ambiente, protege los bosques y favorece la siembra de cuencas para preservar la vida y disminuir la erosión.
Aunque la isla goza de un excelente régimen de lluvias, con períodos cortos de sequías, es cierto que la distancia desde el nacimiento de los ríos hasta su desembocadura en el mar es muy corta. Por esto, la construcción de presas se presenta como una excelente inversión con buenos retornos financieros, sociales y medioambientales.
Sin embargo, el país necesita adentrarse en nuevos criterios para masificar estos resultados. Para ello, debe implementar sistemas que han sido utilizados exitosamente en otros países. Nos referimos al rebombeo.
El rebombeo para generar energía en horas pico se refiere a la tecnología hidroeléctrica por bombeo, donde se almacena energía.
Esta tecnología permite bombear agua a un embalse superior durante las horas de baja demanda (cuando la electricidad es más barata) y dejar que el agua fluya a través de turbinas para generar electricidad durante las horas de alta demanda (horas pico), equilibrando así el sistema eléctrico y aprovechando la energía renovable.
Existen buenas condiciones en las baterías de presas en el país. En momentos de exceso de electricidad y baja demanda (por ejemplo, durante la noche o en el día con alta generación solar o eólica), se utiliza esta energía para bombear agua desde el embalse inferior al superior.
Ante la necesidad de mayor capacidad de generación, el rebombeo no es solo una solución técnica, sino también económica.
Según cálculos preliminares, el costo del rebombeo en horas muertas en una batería de presas como Valdesia, Jigüey y Aguacate sería de aproximadamente US$0.04 por kilovatio/hora, pudiendo venderse en horas pico entre US$0.09 y US$0.16. Al aplicarlo a todas las presas con estas características, se podría aportar unos 250 MW, lo que representa un aporte significativo, no sólo en capacidad instalada, sino también en el uso de energía limpia y en la protección del medio ambiente.
Las instalaciones necesarias para el rebombeo serían mínimas y su potencial de aprovechamiento sería máximo, incluso en presas cuyos deterioros han afectado gravemente su productividad.
El crecimiento económico que genera una economía tan dinámica como la nuestra requiere de creatividad e inversión. Desde mi punto de vista y mi experiencia de 35 años en el sector, esto es una necesidad que contribuiría, a corto plazo, no solo al aumento de la generación, sino también a que, mediante algún mecanismo financiero, se construyan presas que están en proyecto, como Guaigüí, Artibonito y, definitivamente, se finalicen las que están en proceso.
¡Que así sea!
por Secretaría de Comunicaciones | Oct 8, 2025 | Noticias

Por: Quique Antún
En la vida pública abundan quienes buscan ocupar espacios de poder. Sin embargo, no todo el que se dedica a la política merece llamarse político. La diferencia entre un verdadero político y un sinvergüenza está en la ética, el compromiso con la comunidad y la visión de futuro.
El político auténtico es aquel que concibe su rol como un servicio. Entiende que la política no es un negocio personal, sino un espacio donde se toman decisiones que afectan el bienestar colectivo. Escucha a la ciudadanía, reconoce las necesidades de los más vulnerables y actúa con sentido de responsabilidad. Su prioridad no es enriquecerse ni hacerse notar, sino dejar huellas positivas en la sociedad. La política, en sus manos, se convierte en un puente entre el presente y un futuro mejor.
En cambio, el sinvergüenza en política se disfraza de líder, pero su verdadera motivación es el provecho propio. No le interesa la comunidad, sino el poder como medio de beneficio personal. Se aferra al cargo, aunque carezca de méritos o preparación, y convierte la política en un teatro de vanidades. Su habilidad principal no es el diálogo ni la visión, sino la manipulación y la demagogia.
Mientras el político busca resolver problemas, el sinvergüenza los aprovecha. Donde el político fomenta la confianza, el sinvergüenza siembra desconfianza y cinismo. Esa diferencia explica por qué en muchos países la palabra “política” se ha contaminado: porque demasiados sinvergüenzas se han hecho pasar por políticos.
Un verdadero político sabe que su tiempo en el poder es transitorio y que será recordado por sus obras. El sinvergüenza, en cambio, cree que la historia se olvida fácilmente y que todo se justifica si logra mantenerse en la cima.
La distinción, en esencia, es moral. El político honra la dignidad de su pueblo, mientras que el sinvergüenza la degrada. Y aunque ambos pueden ocupar los mismos espacios, solo uno deja un legado positivo.
Por eso, la ciudadanía tiene también una responsabilidad: aprender a reconocer la diferencia, no dejarse engañar por discursos vacíos y exigir integridad a quienes dicen representarla. La política necesita políticos; la sociedad debe rechazar a los sinvergüenzas